Empezar el día con lluvia me desconcierta. Según abro mis ojos y tomo conciencia de mi realidad, la melodía repetitiva e incesante de las gotas en el tejado confunde a mis neuronas y me enfrenta a un gran interrogante: ¿Me aliso el pelo o me lo dejo rizado?... Y es que dependiendo del día o de la hora, de la estación del año o del tiempo que ha pasado sin llover, la lluvia conversa con mis emociones y adorna mi mundo a su antojo. Una tormenta de verano puede darle a un paseo romántico un toque bucólico casi “telenovelero”, pero si me pilla sin paragüas, con mis taconazos de costumbre y el churrete de rimel marcando mi ojera... la misma tormenta seguro que me convierte en la protagonista de un thriller un tanto rocambolesco. Lo que está claro es que la lluvia tiene su razón de ser y aunque nunca llueve a gusto de todos, siempre es necesario un buen chaparrón para poder disfrutar de un bello arcoíris.
Lo mismo ocurre con los aguaceros que de vez en cuando anegan nuestra existencia. Esas luchas cortas, repentinas pero intensas que calan el alma y que sin el refugio adecuado nos desorientan. Dios nos ayuda a pasar por la tormenta e incluso puede llegar a calmarla, pero de nosotras depende la disposición de buscar en Él la ayuda necesaria. Decidido: Hoy sacaré a la calle el "paragüas” de mi fe por si me sorprende algúna tormenta inesperada… Texto de referencia :
Marcos 4:35-41 Isaías 4:6 Reina-Valera 1960 (RVR1960) ... y habrá un abrigo para sombra contra el calor del día, para refugio y escondedero contra el turbión y contra el aguacero.
Marcos 4:35-41